lunes, 18 de noviembre de 2013

Algas

“¿En qué momento comenzó a truncarse mi vida?” Ante la estupefacción de cuantos asistían mudos al oficio, la joven abandonó la nave por el pasillo central, justo por donde salen los condenados. Mientras tanto, el eco de su sarcasmo jugaba a esconderse en las capillas.

Así como el tiempo se deforma durante el sueño, sus horas conscientes se hacían semanas. Cualquier tarea que realizase iba acompañada de la misma guarnición de horror y melancolía, solo amortiguada por la fatiga crónica de la sobreexposición. Pensó que su familiar desazón era como la maldita salsa del chino.

Estaba aprendiendo. Su técnica mejoraba día a día. Al principio, lloraba apretando el gesto, plegándose en arrugas profundas y persistentes, irritando sus ojos chivatos. Lloraba por la nariz, comprometiendo su respiración. Más tarde, las lágrimas brotaron ya sin esfuerzo, hallando suaves senderos hacia sus orejas. Y ahora dominaba el arte del espasmo: sufría repentinos y fulminantes infartos de las emociones.

Y decidió, otra vez, que no quería aquello.